domingo, 23 de mayo de 2021

Poesía otoñal

 Es un domingo a la tarde de otoño, voy camino por la calle hacia la casa que era de mi abuelo. 


Vengo de encontrarme con una amiga.


El cielo está nublado, sopla un viento bastante frío, hay hojas caídas en la calle y en las veredas. 


Voy escuchando una música suave en francés.


Giro algunas calles, llego a la vereda.


Arribo a la puerta.


Toco timbre.


Espero.


Me abren. Me abre.


Es mi papá.


**********************************


Me invita a pasar.


Lo hago.


Hay un fuego en una estufa.


Está muy agradable.


Me saco el abrigo.


Me invita al comedor principal.


Me siento.


Se va a la cocina, y vuelve poco después con una gran pizza casera.


Corta las porciones y sirve.


Comemos y hablamos.


***********************************


Papá no toma alcohol, no le hace falta.


Y a mí tampoco.


Nos abrazamos.


Nos besamos.


Nos acariciamos.


Nos damos placer.


Pasamos al dormitorio.


Me tumba en esa cama nueva para nosotros, y se mete conmigo.


Me acuesto boca arriba, abajo suyo. Me abraza desde arriba. Hacemos el misionero.


Nos damos más placer, sobre todo oral.


Saca un preservativo y un frasco de lubricante.


Se pone el preservativo, mientras yo me pongo el lubricante.


Enfila hacia mí.


Me toma de las piernas.


Yo respiro.


Empieza a entrar.


Yo me voy abriendo.


Sigue entrando.


Me sigo abriendo.


Entra toda y yo soy un anillo a su alrededor.


Se mueve.


Cierro un poco para darle más fricción.


Sigue gozando.


Yo me contagio.


Pierde el control.


Yo me preparo.


Explota.


Trago.


Descansa.


Me pajeo.


Se hace de noche.


Vuelvo a casa.



martes, 23 de junio de 2020

Salida de cuatro

Es miércoles a la noche. Mi padre y yo nos encontramos cenando en un restaurant étnico. Pero, a diferencia de nuestras habituales cenas, que siempre son preludio de algo más, esta no es festiva. Un ambiente apesadumbrado nos acompaña.

Y es que hace dos días ha fallecido mi abuelo. Una muerte tranquila, sin sufrimiento. Pero se ha ido. Y ahora estamos reunidos, no para celebrar la vida como siempre hacemos, a nuestra manera, sino para honrar la muerte. La muerte de alguien que, en vida, fue intachable. Y que siempre fue ajeno, totalmente, a las guarradas que hacían su hijo y su nieto, que mancillaban casi a diario su apellido, cruzándolo de manera impropia. Mi abuelo era la última reserva de moralidad que quedaba, y así lo despedimos, sabiendo que no hemos podido, mi padre el primero, conservar esa moralidad.

Y así, mientras lo recordamos y mi padre me lleva a una heladería, me dice que, unas pocas semanas después, tiene previsto ir a un espectáculo con dos amigos suyos, y que si no lo quiero acompañar. Sistemáticamente digo que no a esos planes, temo aburrirme. Pero esta vez su dolor no me lo permite, y accedo. Agendo la fecha, un sábado a la noche.

***************

Llega el dichoso sábado. Voy a la casa de mi padre, para que nos recojan en el auto. Finalmente llegan. Bajamos, entramos en el auto. Los amigos -me entero ahora- son en realidad una pareja: Santiago y Luis. Tienen la edad de mi padre. A Santiago lo recuerdo de mi infancia, alguna que otra vez lo he visto en una plaza. Es, desde tiempos inmemoriales, el amigo homosexual de mi padre, una figura casi mítica, borrada entre recuerdos neblinosos. A Luis no lo conozco.

Percibo enseguida una dinámica establecida en esa pareja. Luis maneja el auto, que parece ser suyo -un auto rojo, relativamente poco discreto- pero en realidad quien manda es Santiago. Con voz grave, da indicaciones, valora y desvaloriza las maniobras de Luis, habla por él, lo reta incluso. Luis acepta con su voz aguda, como si ese fuera su papel, manejar para disfrute de Santiago.

Santiago y mi padre hablan fluidamente entre sí. Su amistad de años se patentiza en el diálogo que tienen, son los protagonistas de la noche. Luis acota esporádicamente algo, yo permanezco casi en silencio. Me dedico a estudiar a Luis, sentado adelante mío. Pienso que no es casual ese régimen de equivalencias. De un lado del auto, los amigos masculinos que hablan entre sí y nos llevan a un lugar; del otro, quienes manejamos y somos guiados sin aportar mucho. No me cuesta mucho extender la equivalencia a los papeles en la cama. Sonrío; a lo mejor el resto del mundo sí es normal y no tiene las obsesiones que tengo yo.

No obstante, Luis me sigue dando coincidencias. Descubro que trabaja de aquello para lo que estoy estudiando. Interrumpo entonces de manera sorpresiva el diálogo de los machos alfa, y empiezo a hacerle preguntas sobre su trabajo. Dejo claro que yo también soy alguien y puedo hacer mi propio juego. Luis agradece, creo, en un punto, que me interese genuinamente por él. No debe ser fácil salir con alguien como Santiago.

En esas lides estamos cuando llegamos al teatro. Es un teatro popular en un barrio desfavorecido de la ciudad. El espectáculo, supuestamente, es innovador. Pedimos algo y nos sentamos en una mesa a esperar que den sala. Siento que nos vemos extraños entre la gente. Por empezar, somos el único grupo solo masculino. Por seguir, es extraño el hecho de que sean tres hombres casi mayores y un joven. Y por último, no quedan claros los vínculos entre nosotros. Luis es muy notorio en sus formas, pero es imposible deducir algo más. Puede ser pareja de cualquiera. ¿Y yo qué pitos toco allí? Bueno, yo sé la respuesta a esa pregunta, pero el público presente no lo puede ni imaginar siquiera. La rareza de nuestro grupo permanece como un halo a nuestro alrededor.

**************

El espectáculo estuvo bien sin exagerar. Salimos del teatro y nos metemos en el auto rojo. Es una noche muy húmeda de primavera. Los tres mayores proponen ir a comer, así que hacia allí maneja Luis. Nos bajamos en un bodegón de los de antes y entramos. Pedimos carnes y pastas, pero sorprendentemente ninguno de los tres quiere tomar alcohol. Tampoco piden postres, argumentando la necesidad de bajar de peso. Me río en voz baja; desde aquella primera tarde en que todo empezó, mi padre mostró y se hizo acariciar sin pudor su panza con kilos de más. Es incluso la diferencia de peso lo que más nos pone a veces, cuando él se apoya sobre mí y me aplasta contra el colchón, y ambos sabemos que así debe ser, el padre pesa más y aplasta protegiendo al hijo que pesa menos. Sin embargo, aquí está, montando un numerito para una pareja que probablemente haga lo mismo en su cama. Cosas de viejos, pienso.

Los tres mayores se dividen la cuenta entre sí, pagan y salimos. Volvemos a entrar al auto. Luis arranca y enfila directo hacia la casa de mi padre. Me sorprende que asuma que yo me quedo allí cuando, por mi edad, es obvio que no vivo con él. No digo nada. No sé cuál es nuestra situación. Santiago es solamente un amigo gay de mi padre, pero eso no significa que esté al tanto del particular sexo gay que practicamos mi padre y yo.

La conversación discurre igual que las calles iluminadas. Pienso con cierto fastidio que fue una noche aburrida, casi como sacar a pasear a tres abuelos. Hasta que Luis pregunta:

-¿Los dejo juntos en la casa, no?

Miro con cierta sorpresa a mi padre. Sin inmutarse, él responde.

-Sí, sí, claro.

Luis sonríe aprobadoramente. Santiago rellena con frases hechas el extraño silencio que se ha generado.

Luis me mira por el espejo retrovisor y me habla directamente.

-Me encanta la relación que tienen con tu papá. Se los ve tan unidos. Es realmente hermoso verlos juntos.

Sonrío incómodo, y mi papá hace algo totalmente impensado: me agarra una mano y responde.

-Estamos unidos, no cabe duda.

Miro asustado. La conversación está tomando un cariz inesperado. Se supone que lo nuestro es secreto. ¿De dónde sale tanta confianza?

Los tres mayores me miran, adivinando mi inquietud. Sonríen casi compasivos. Así que es esto, lo saben. Mi padre les ha contado, vaya a saberse con qué nivel de detalles, todo lo que hacemos. No sé si enojarme o reírme. Me reclino hacia atrás en el asiento. Mi padre no me suelta la mano y ahora se acerca un poco más.

-Ningún juicio, querido. Lo que hacen con tu papá es un acto hermoso, de amor del más puro. Comparten los dos vínculos más fuertes que unen a dos hombres: la paternidad y el sexo. Ustedes son como ángeles- dice Luis.

Decido creerle. Siento que Luis me entiende. De pronto, me siento seguro en este auto, como si no hubiera un afuera. La bruma nocturna se espesa más y más en torno del auto, se borra el mundo exterior, solo estamos nosotros cuatro. Siento un beso en la boca, es mi papá que me besa. Sonrío y le agarro las manos. Sí, que nos lleven a su casa, pronto. Queremos volver a celebrar la vida.

***********

Para mi sorpresa, cuando llegamos, Luis y Santiago se bajan del auto con nosotros. Mi padre los invita a tomar un café. Particularmente estoy impaciente por coger con mi padre, pero siento que es lo mínimo que les debemos, así que no digo nada. Preparamos un café y se los servimos.

La conversación continúa pero esta vez no da muchas vueltas. Luis y Santiago se besan de pronto. Antes que reaccione, mi padre me besa a mí. Las dos parejas de pronto se están besando sobre los sillones. Luis le saca la remera a Santiago. Esto me parece un poco mucho. Una cosa es un beso, pero, ¿vamos a tener sexo así, unos frente a otros?

Al parecer, sí. Mi padre empieza a manosearme ya sin recato. Nos desvestimos un poco. Luis y Santiago ya están en calzoncillos. Mi padre indica, con unas pocas palabras, el rumbo de su habitación. Hacia allí vamos los cuatro.

Ingresamos en el dormitorio, esa misma alcoba que desde hace ya muchos años aloja nuestra historia. Desde aquella tarde de verano donde mi padre me pidió el favor de que lo masturbara, pasando por la tarde de otoño donde se la chupé por primera vez, hasta la noche de invierno donde, finalmente, me penetró. Cómo costó, cómo dolió esa noche, cómo lloré y grité mientras él, impasible, me iba abriendo y se iba adentrando en mi cuerpo hasta hacer tope, hasta mostrarme, al final del túnel, la luz, el placer de la entrega después del dolor, la resurrección luego del sacrificio, la completa abertura que un cuerpo puede tener hacia su creador.

Sí, Luis tenía razón: lo que hacemos con mi padre es hermoso y mágico. Y ahora vamos a compartir esa magia con ellos.

Santiago y Luis se encuentran entregados a un 69 que ocupa buena parte de la cama. Por eso, yo me siento en el borde que queda y se la chupo a mi papá, que se queda parado afuera. Como la primera vez que lo hice, solo que esta vez él no se mueve y deja que yo tome la iniciativa. Le hago un buen servicio, como corresponde. Recorro con la lengua su glande, que ya conozco de memoria, y después me meto todo su falo en la boca. Abrazo con los labios el tronco de su pene, creador mío primero y de tanta felicidad después. Lo engullo hasta la garganta, y con la lengua lamo sus bolas, productoras de ese semen tan especial que hace años hago entrar en erupción a través de su mágica pija. Siento orgullo de tener testigos a quienes mostrarles el amor que profeso a mi papá, y él seguramente se siente orgulloso de poder exhibir qué bien me educó.

Claro que nuestros testigos no nos prestan mucha atención, abstraídos en su propio juego. Santiago y Luis gimen, el primero con un vozarrón grave, el segundo plañideramente con voz aguda. Se dan placer mutuamente, hasta que Santiago toma la iniciativa, abandona el pene de Luis, largo y fino, y se pone a chuparle el culo. Luis hace un esfuerzo para seguir complaciendo al pene de Santiago, que, como ya deduje al principio de esta alocada noche, está acostumbrado a penetrar el culo de Luis.

Mi padre me saca la pija de la boca, se agacha hasta mi nivel, me besa desaforadamente, me acuesta en la parte libre de la cama y se tiende encima mío. Lo abrazo fuerte, me besa en el cuello y el pecho mientras yo lo estrecho contra mí, como si se fuera a escapar. Pero no hay cuidado: lejos de irse, lo que va a hacer es entrar en mí.

Con cuidado para no chocar con la otra pareja, me da vuelta e imita a Santiago. Me chupa el orto excavándome con su lengua. Luis y yo gemimos mientras nuestros machos nos preparan para gozar. Aprovecho y miro un poco los cuerpos de Luis y Santiago. Luis es alto y flaco, pelado, tiene lindos ojos verdes, no mucho vello en el cuerpo. Santiago es grueso, canoso, lampiño en pecho. Su pija es más bien ancha y tiene grandes huevos colgantes. Se nota que tiene ya una vida encima, pero la pija le responde a la perfección, como la de mi padre.

-Es lindo verlos- digo de pronto en voz alta. Luis me mira emocionado, le sonrío.

Ignoro si esto estaba orquestado de antemano, pero en cualquier caso, quien lo hizo posible fue Luis. Siento una gratitud beatífica mientras mi padre sigue trabajando mi culo con su lengua.

Santiago definitivamente no es un sentimental. Toma las caderas de Luis y lo hace ponerse en cuatro patas. Mecánicamente lo imito y me pongo a su lado. Mi padre sale de su abstracción y comprende que ha llegado el momento. Toma dos preservativos de la mesa de luz, le alcanza uno a Santiago, y ambos se lo ponen en cuestión de segundos. Unta lubricante sobre su pija tiesa, y le pasa el frasco a Santiago que hace lo propio. Ambos se arrodillan sobre la cama y se colocan detrás nuestro.

Luis y yo sabemos mejor que nadie lo que va a pasar. Esa magia de abrirnos para el hombre que nos conoce, alojarlo en nuestro cuerpo, ser hospitalarios, darle placer, permitirle saciarse en nosotros, recibir lo que nos quiera dar. Inspiramos hondo, dilatamos, nos preparamos.

Y ellos arrancan. Mi padre apoya la punta contra mi ano, y empieza a empujar. Va entrando de a poco, desgarrando otra vez mi carne ya acostumbrada a esta operación. Lo acompaño con la respiración, me abro lo más posible para franquearle el paso, trato de relajarme para que me llene totalmente.

Al lado mío, Luis recibe también a su macho. A diferencia de mi padre, que es más gradual, Santiago da pequeñas estocadas en la que avanza unos centímetros dentro de Luis, quien gime, se acostumbra y luego vuelve a abrirse para otro avance. Es increíble como cada pareja construye su propio método.

Mi padre hace tope, yo gimo incontrolable, y empieza a bombear. Lo propio hace Santiago. Me quedo en cuatro patas, apoyado sobre las rodillas y las manos, abierto a la perforadora con la que mi padre me taladra. Luis gime casi afeminado, yo le hago coro con una voz un poco más grave.

Y de pronto, siento la necesidad. No es algo sexual, no me interesa ese tipo de acercamiento. Es más bien la solidaridad de compartir una experiencia, una forma de ser; la necesidad de agradecer. Tomo la mano de Luis con la mía, la estrecho. Él me corresponde. Agarrados de la mano nos apoyamos en esto que estamos sintiendo, en lo que nos hacen. Vamos a compartir juntos esta experiencia, vamos a transmitirnos lo que sentimos, vamos a comunicarnos las sensaciones del taladro de nuestros hombres.

Los dos activos nos miran sorprendidos, cruzan miradas por un microsegundo en el que deciden que esto no cambia lo que están haciendo. En la intimidad que forman nuestros cuatro cuerpos, percibo que descartan la idea de tocarse entre sí. Ellos están para fornicar, no para amanerarse como quienes estamos recibiendo. Creo que la idea les gusta, y en cierto punto hasta los anima.

Y es así porque mi padre y Santiago aceleran las embestidas, que se vuelven fuertes. Luis y yo nos estrechamos cada vez más la mano, y gemimos ya sin control. Amortiguamos en nuestro interior todo el peso y la fuerza de nuestros hombres que se afanan por demostrarnos todo lo que pueden hacer con nuestros cuerpos. Santiago comienza a dar estocadas abruptas y mi padre lo imita. Ambos pasivos, ya totalmente abiertos, aguantamos mientras nos sujetamos cada vez más fuerte las manos. En determinado momento, yo recuerdo que estamos en un edificio de departamentos, así que hundo mi cara en la almohada para ahogar allí mis gritos. Luis comprende el código, seguramente está acostumbrado también, y hace lo propio. Así, mordemos la almohada amortiguando allí los gritos, dejando oír un suave gemido que les permita a nuestros amantes conocer el efecto de lo que nos causan, pero sin hacer ruido que pueda alertar a los vecinos. Luis y yo sabemos que esa es nuestra obligación también: saber callar y hacer silencio para que nada moleste ni ponga en peligro a nuestros machos.

De común acuerdo, mi padre y Santiago nos tienden boca abajo en la cama y se dejan caer encima nuestro, aplastándonos contra el colchón. Reanudan el bombeo con la misma energía de antes, mientras Luis y yo intentamos respirar bajo el peso de ambos hombres. Santiago en particular es creativo, y apoya su codo sobre la nuca de Luis, aplastándolo aún más contra la almohada. Mi padre no es tan brusco: opta por amordazarme con su calzoncillo. Giro la cabeza para ver la cara de Luis, totalmente subyugado a lo que le hace Santiago. Veo una mirada extasiada, delirante, abnegada. Imagino que él ve lo mismo en mi cara. Le aprieto aún más fuerte la mano, quiero transmitirle la magia de la que él habló antes: la de estar abierto como una gruta a la penetrante pija de mi papá. Y que él me transmita lo mismo con su novio. Dos clases de amor distintas, que sin embargo coinciden en un mismo acto. Una misa de cuatro feligreses, donde dos nos imparten la doctrina y otros dos la recibimos.

Siento una trepidación en mi interior, y mi padre se derrumba aún más encima mío, dejándome totalmente cubierto. Grita su orgasmo contra la almohada mientras yo siento la erupción de su pija bombeándome aún más la cavidad rectal. Le regalo a Luis una mirada de éxtasis pleno, quiero que recuerde para siempre mi cara al recibir, una vez más, un orgasmo de mi padre. Sus extasiados ojos verdes me miran registrando el momento más sagrado de la vida en este planeta: el de un hijo en perfecta comunión con su padre.

Y ahora le toca a él. Santiago hace unos bombeos realmente fuertes y acaba dando un potente alarido en el oído de Luis, que estrecha mi mano con toda la fuerza de la que es capaz. Santiago vacía todo el contenido de sus tremendas bolas en el culo de Luis, regando el preservativo como si fuera una fértil llanura, mientras ambos resoplan tratando de recuperar el aliento.

Los cuatro nos quedamos unos instantes así, hasta que los dos activos deciden abandonar nuestros cuerpos. Se retiran con parsimonia, se sacan velozmente los preservativos cargados de esperma, y se limpian con una servilletas. Luis y yo nos damos vuelta y los miramos hacer, agradecidos por todo lo que nos han hecho. Nos sentimos orgullosos de generar ese efecto en ellos, cada orgasmo suyo es un triunfo nuestro que compensa el esfuerzo de abrirnos para ellos.

Eventualmente, Santiago comienza a vestirse e informa que es tarde y deben irse. Luis se levanta de la cama, y, pícaro, me pregunta:

-¿No te vas a ir de la casa de tu papá a esta hora, no?

Los cuatro nos reímos. Mi padre me besa, me acaricia la cabeza, y dice:

-En absoluto. Mi muchachito tiene que estar protegido, y eso solo pasa cuando su papá está encima suyo.

Nos volvemos a reír.

-Manejen con cuidado- les digo a Luis y Santiago.

-Tranquilo, este con tal de recibir otra garchada es Fangio- dice sobrador Santiago.

Nos reímos una última vez. La pareja termina de vestirse y mi padre baja a abrirles la puerta. Yo me quedo retozando en la cama y me dispongo a dormir, una vez más como desde hace ya varios años, abrazado a mi padre.



miércoles, 27 de mayo de 2020

El torneo

Aguanto, contra la cama, las embestidas. Siempre abajo, abierto, a merced. El cuerpo quieto, recibiendo, reaccionando; el otro cuerpo móvil, activo, dando, haciendo. Un ritual. El de siempre.

Mi padre se mueve encima mío, yo gimo como si no hubiera un mañana. Abajo, contra el colchón, me abro, aguanto, me dejo. A veces me duele, siempre me gusta. Siempre, siempre.

Pero esta vez es distinto. No su movimiento, no su regio follarme, no su orgasmo, no mi apertura. No; lo distinto viene después.

Se zafa de mí, ya aliviado, ya eyaculado. Se tiende a mi lado, me abraza y me besa. Otro hombre carraspea.

Aquí lo nuevo: Ricardo y Mario nos miran. Vinieron a casa, invitados, en principio, a mirar. Tienen unos pocos años menos que mi padre, bastantes más que yo. El contacto lo hizo mi padre, nunca me dijo cómo.

Ricardo y Mario miran. Están vestidos, viéndonos desde esa seguridad. Los expuestos somos nosotros, a la carne, a la desnudez, al pecado, a la curiosidad, al morbo. Ricardo y Mario son amigos, no son pareja, ni familia, creo que ni socios. Parecen heterosexuales.

Mi padre y yo nos recuperamos cinco minutos. Les hace un gesto con la cabeza. Como esperando ese permiso, empiezan a desnudarse. Muy lentamente. Con profesionalidad. Viene Ricardo a mi lado de la cama, Mario va al suyo. Pienso qué extraño: Mario claramente es un dominante, Ricardo es más como su par. Claro, quizás precisamente es por eso. Lo que tiene que hacer Mario es muy fuerte, y sólo el puede ser el primero. Yo admito rivales con menos experiencia.

Nos dan vuelta, no nos dicen mucho. Quedamos lado a lado, ambos boca abajo, en la cama. Nos chupan el culo. Sin excesiva pasión, casi como un protocolo. Ricardo me mete un dedo; Mario hace lo propio, aunque con más cautela, y casi que con más respeto. Mi padre aguanta, mandíbulas apretadas. Juegan un poco así, con sus dedos y nuestros culos.

Nos ponen más lubricante. Se ponen un forro. Se acercan. Posicionan sus vergas frente a nuestros culos. Disparan. Fuego.

Ricardo me entra fácil, casi sin objeciones. Mario tiene que ser más heroico. Penetra a tope, a fuerza, a voluntad, sin dudar, no puede siquiera un segundo, tiene que hacer un personaje. Y vaya si lo hace. Mi padre, justo es decirlo, hace otro. Resopla enrojecido aguantando la puñalada, pero logra no emitir sonido. Eso sí que es entrega, no la dilatación rápida que le ofrezco yo. Me pregunto si estará erecto.

Nos cogen, así, lado a lado, ellos arriba, nosotros abajo. Imitan lo que vieron. Mi padre mostró, y ahora ellos hacen. Yo soy universal, el está situado.

El que empieza a gemir soy yo. Al principio me da timidez, hay mucho silencio. Pero me animo, mejor dicho, me sale, yo soy así, a cada pijazo una palabra.

-Oy, oh, ah, sí, sí, así, más, ay, ay, ah ah ah...- en un principio no sé qué decir, así que solo gimo.

-Ssss, hhhh, pppp, tttt, tssss, ffff... - mi padre solo emite consonantes. Es su manera de dejar claro lo que los cuatro sabemos, y en definitiva, por lo que estamos haciendo esto: a él le puede pasar lo mismo que a mí, pero él siempre me lo va a hacer a mí. Antes y después de esto. Su pija y mi culo van a seguir siendo.

Ricardo y Mario hacen en silencio, como máquinas. No comentan entre sí, no se miran. Creo que en realidad, miran la pared frente nuestro. Quizás Mario está más pendiente de mi papá por una cuestión de prudencia, porque sabe que no es usual lo que mi papá se está dejando hacer. Ricardo, creo yo, funciona en automático. Soy una posición, nada más.

Ricardo acaba un poco antes, dentro mío. Gimo para festejar su orgasmo, muestro mi entusiasmo receptor. Mario contemporiza su propio ritmo, da algunas embestidas más contra mi padre y acaba en silencio. Se hace un profundo silencio. Salen de nuestros cuerpos. Se van al baño.

Mi padre y yo nos recostamos, lado a lado, nos agarramos la mano, él me acaricia la cabeza, yo lo beso en la boca. Nos queremos tanto, a nuestra manera particular.

Quince minutos es lo que Mario y Ricardo consideran apropiado para nuestra recuperación. Vuelven a la habitación, desnudos, cambian de lado. Vamos a ser intercambiados.

Nos dan vuelta. Las manos de Mario tienen algo superior, algo que ni las de mi padre tienen: ordenan, dan sentido. Las de mi padre son juguetonas, a veces hasta torpes, se les nota la lujuria. Le gusta coger conmigo, es su oficio, su experiencia. Pero es personal. Mario no. Mario uniformiza, me hace lo mismo que a él, que a tantos otros, quién sabe si a Ricardo no se lo hará, seguramente, esto es parte de esa escalada, de hito supremo, Mario cogiéndose a Ricardo, un macho, finalmente, montando a otro.

Nosotros somos una estación intermedia en esa deriva. Por eso primero Mario a mi viejo, y Ricardo a mí; en la diferencia de quienes son cogidos se cifra la diferencia de los cogedores; incluso, la posibilidad de un cogedor más supremo aún. A veces en el porno se ven estas cosas.

Como ahora ya quedó claro quiénes somos, hacemos y recibimos los cuatro, este tour puede ser más relajado que los dos anteriores. Mario es afable conmigo, me trata bien, va lento, sabe el esfuerzo que hice, lo que estoy viviendo hoy, la apertura completa que tuve; abrí mi vida, mi deseo, mi secreto, mi amor, mi culo. No hay nada que quede por descubrir de mí; por eso Mario me trata con respeto. Siento que soy parte de una clase, de una estrategia didáctica: "así se hace un culo joven y fácil. Con respeto y dedicación."

Ricardo está más apasionado. Se siente un par, y tiene que demostrarlo. Ganarse un lugar en el culo de mi padre, por más entregado que se sienta, cuesta y mucho. Así que se afana, se apasiona casi, gime, besa, exclama, elogia, a veces hasta parece que va a decir algo sentimental.

Se contiene justo a tiempo como se contiene una arcada, y en vez de eso, acaba, eyacula en mi padre. Todos tenemos la sensación que fue dos o tres minutos antes de lo tácitamente convenido, pero lo dejamos estar. Estamos juntos en esto, más allá de nuestros papeles en esta obra.

Mario se permite cinco minutos más y me acaba dentro, me da besitos. Tarda un poco en salir, como un último gesto de cortesía. Vuelven al baño a lavarse, seguramente por separado, respetando los turnos naturales: Mario primero, Ricardo después.

Me quedo adormilado en el regazo de mi padre. Los oigo salir del baño, miran interrogando. Quieren irse y necesitan que les abran la puerta del edificio. Mi padre me acaricia el pelo y me aparta con suavidad la cabeza. Se viste lo suficientemente decente como para salir a la puerta de calle, y se los lleva con ellos.

Yo me quedo desnudo en la cama, saboreando ese descanso, y esperando que vuelva pronto.




domingo, 24 de mayo de 2015

Insistencia (multimedia)

No podría haber encontrado una mejor descripción de la insistencia paterna por hacerse satisfacer sexualmente por su hijo que la retratada en este capítulo de South Park.

Noten cómo el "Shake Weight" (el aparatito de gimnasia) le pide constantemente a Sharon (la esposa insatisfecha) que lo masturbe. Se lo pide en público, en privado, a cualquier hora del día, rápido, lento, la alaba, le pide más y nunca se conforma, llevándolos a los dos a un universo adictivo de sexo, donde el aparato (o sea, en nuestras mentes, la pija de papá) requiere siempre más y más, y simplemente no podemos negarnos, hasta que nos escupe su líquido, y satisfecha, se regocija en nuestras maestras manos, acostumbradas a pajearla, sobarla, adorarla, manosearla y moldearla.

Dejo acá el capítulo, y no se pierdan diálogo alguno entre la mujer y su aparatito. El resto del capítulo también está bien, especialmente para aquellos que gustan de seducir a sus padres con la cocina.


http://www.southpark-latino.com/2011/05/south-park-14x14-crema-fraiche-latino.html

Hasta pronto!

viernes, 30 de enero de 2015

Dura como piedra, piedras duras

Este relato es fantasía. Se aparta un poco de la temática padre-hijo, pero incluye igualmente sexo intergeneracional.

Dura como una piedra, así es la pija de Alberto. Me entra, interminablemente, repetidamente, una y otra vez. Descarga su semen en el látex que lo separa sutilmente de mi culo, abierto a su órgano, receptor, atento, hospitalario, predispuesto.

Siempre lo atendí a Alberto. Yo trabajaba en la administración de la escuela donde él daba clases. Yo era un joven empleado, con experiencia en hacer gozar a hombres más grandes. Él era un consagrado docente, panzón, autoridad, poderoso, querido por todos. Y se le iba todo cuando veía a un chico como yo, joven, abierto, dispuesto a abrirse como una flor para él.

Y yo lo sabía. Y pasaban los meses, y se creaba la confianza, y empezaban los chistes, los dobles sentidos, las miradas, los apretones de mano innecesarios.

Y un comentario, luego un mail, un número de teléfono, un encuentro, un café...

Alberto pesa casi 40 kilos más que yo, es grande, me rodea, puede aplastarme. Y por eso enloquecí de placer y deliré cosas inenarrables cuando me sodomizó por vez primera, acostándose arriba mío, abarcándome con sus brazos y piernas, respirando en mi oído su respiración ya veterana pero aún vital, tapándome la boca, impidiéndome todo menos adorarlo en completa sumisión.

-Todo vos, Alberto, todo vos, hacé todo, ocupate de todo, soy todo tuyo, tuyo, sí, cogeme, haceme todo- jadeaba yo, lamiendo sus dedos que se me introducían como todo él.

-Sí, Jorge, sí, sos todo mío, cómo disfruto, putito, te voy a coger seis veces seguidas- reponía él.

Nunca llegó a seis veces. Pero la mayoría de las veces hizo doblete, y hasta se animó a tres veces seguidas. Para un cincuentón, nada mal.

Amaba más las sábanas de la cama de Alberto que cualquier otra cosa en el mundo. Cuando Alberto entraba en mí, el mundo adquiría sentido, todo era perfecto. El complemento perfecto de la experiencia activa que da y entra, y de la juventud enérgica que se doma y recibe. Había algo de rito tribal en coger con Alberto.

Alberto era solo activo. Su culo se podía agarrar durante el coito, nada más. No me importaba. Mi voluntad penetradora bien podía quedarse callada al recibir el topetazo de Alberto, sentir su llamada desde adentro, ser masajeada mi próstata y mi espíritu por su órgano seductor, ahíto ya de darme tanto semen y alegría.

Hubiera adelgazado aún más por Alberto, hubiera hecho cualquier cosa que me pidiera con tal de seguir teniéndolo adentro mío, arriba, abajo, de costado, rodeando mi cuerpo y mi mundo con la potencia infalible de su mágica pija.

Son las cuatro de la tarde de un sábado, y Alberto me está dando matraca, como siempre. Me lo hizo a las dos de la tarde, me lo hace a las cuatro, y de seguro cinco y media me lo hará de nuevo. Nos juntamos a almorzar en un restaurant. Es un caballero perfecto, invita a comer cuando puede. Alberto es el mejor amante que jamás haya habido.

Pero alguien sabe, y nosotros no lo sabemos. La indiscreción, el comentario, la infidencia, el rumor, empezaron a recorrer la escuela. Si no hubiéramos estado tan ocupados gimiendo nuestra lujuria, podríamos haber advertido el sotto voce que se formaba. Pero yo solo tenía ojos para su bragueta, y él para mi culo.

Alguien nos siguió, un día, y comprobó que yo, modesto empleado, pasaba toda una tarde en el acomodado departamento del ilustre profesor. Cundió la noticia, confirmando lo que ya era una creencia.

Y alguien decidió hablar con mis padres, aunque yo ya era independiente. Una moralina envidiosa invadió el pueblo, y sus luminosas calles se oscurecieron con el resentimiento por nuestro placer.

A las cuatro de la tarde del sábado, todos duermen, menos las cigarras y Alberto y yo, imparables en este frenesí fornicador. Hago filosofía barata acerca de lo que es estar preparado para alguien en la vida, nacer con el culo justo para la pija de alguien. Alberto me corta de mi éxtasis filosófico y babeante, acelera el paso, se mueve más rápido, yo me toco, él acaba con un alarido en mi oreja, yo ahogo el mío en la almohada, ambos acabamos y tenemos un orgasmo ultra potente, como siempre.

-Que ojete que tenés, nene, cómo me hacés gozar. En cinco te cojo de vuelta, bombón- musita Alberto, entre tierno y lascivo.

Serán sus últimas palabras hacia mí. Una persona, dos personas, cinco personas, diez, personas, veinte personas golpean la puerta. Alberto a duras penas puede salir de mí, para ya nunca más volver a entrar. Ni él ni yo logramos salir de la habitación, mucho menos vestirnos.

Las manos en la masa, las manos en las antorchas, las manos en las piedras. La puerta es derribada sin permiso ni autorización, la turba entra iracunda en la casa, va como de memoria a la habitación, nos encuentran, estamos desnudos, hay dos preservativos usados, se adivina cierto placer en nuestra expresión, totalmente demudada por el miedo.

Me agarran, me llevan. Grito y peleo inútilmente, alguien intenta vestirme a la fuerza. Todo es confusión y golpe. Percibo colegas, alumnos, docentes, autoridades, vecinos, comerciantes, hasta turistas.

Y veo a mis dos padres. Él mirando a Alberto con un odio inconmensurable, rechinando los dientes. Percibo el celo, la envidia. Él hubiera querido, pero Alberto fue mejor, más rápido y más valiente. Odio a mi papá más que a nadie en este momento.

Mi mamá también está enojada, Pero lo suyo es un enojo general, inespecífico. Tiene un extraño pañuelo azul en la cabeza. Me mira, me sujeta, y adivino cierto miedo en sus facciones. Se ha dado cuenta demasiado tarde de lo que se desencadenó.

Alberto grita, como no lo había oído gritar en otro momento que no fuera su regia follada a mi culo. Llego a sentir celos de que estos salvajes le generen lo mismo que yo.

Me sacan de la casa, sujetándome entre varios. En medio de la gritería general, oigo una súplica, y después el ruido de vidrios rotos. Y luego, piedras y cascotazos, impactando contra muebles, vajillas, y ya, finalmente, contra un cuerpo humano.

Pego un alarido de dolor tribal, me debilito. Logran meterme en un auto, mi mamá se sienta a mi lado. Echo una última mirada a nuestro nido de lujuria, llego a ver la sangre que se escurre por la puerta, las caras estupefactas de los asesinos, alguien llamando a alguien desde un celular.

Me desmayo cuando el coche arranca, llevándome lejos, quién sabe hacia dónde.



viernes, 25 de julio de 2014

Apología de la entrega del culo

Esta reflexión es complementaria de la serie de relatos "Pajea a tu padre". No es una continuación de la historia, sino más bien una reflexión a partir de la misma. De lo fascinante que me resulta el acto de entregarse nada más y nada menos que a quien te quiere como solo un padre puede querer.

¿Duele? Sí, más o menos. Depende, en verdad. La primera vez dolió bastante, considerando que encima la pija de mi padre es corta pero bastante ancha, y que en temas del culo es el grosor más que el largo lo que importa. Luego, la mayoría de las veces, las que conté acá, no. Cuando duele, generalmente es por mala postura o falta de relajación, cosas subsanables en el mismo momento. Por otra parte, mi viejo sabe dilatarme bien, es respetuoso, y no coge casi nunca fuerte, así que no hemos tenido mayores problemas. El dolor (excusa universal para no entregar el culo) tiene más que ver con cuestiones psicológicas, y a eso le quiero dedicar el resto del tema.

¿Por qué mi culo y no el suyo? Más allá de que en lo personal soy versátil (hay varios posts en el blog al respecto, y con mi viejo el relato "Negociaciones" describe este proceso de dejarse penetrar por mí) el tema de quién pone el culo (para que el otro ponga la pija) suele ser arduo entre los padres y los hijos. Normalmente el conflicto aparece cuando el sexo ya es relativamente estable (las famosas 10 primeras veces de cualquier pareja), y el hijo quiere probar lo mismo que el padre. Me gusta pensar en términos más bien de quien pone el culo, quién es penetrado, antes que en el clásico quién penetra a quien. Es lo mismo, pero no. Que un hijo (hablo en general ahora) se deje coger por su padre es maravilloso: es abrirle camino a la experiencia y madurez del padre, dejarse abrazar en un abrazo protector, recibir ese impulso fuerte, más fuerte que las convenciones sociales que lo prohiben (y permiten cosas mucho peores como asesinatos y violencia). Que tu viejo te coja tiene la fuerza que solo puede dar el deseo más puro, ese que trasciende todas las barreras y tabúes; no es un polvo más, quien te está penetrando lo está haciendo con tantas ganas que decidió vencer sus prejuicios, y arriesgarse a quererte en privado, siempre, a oscuras, sin jamás la chance de blanquearlo o hacerlo público. Desde luego que entregar el culo como hijo no es neutral en esa situación, no es dejarse penetrar por cualquiera, también implica un esfuerzo emocional muy grande: pero la voluntad del padre ejerce algo tan fuerte que bien vale la pena seguir siendo pasivo con él, por más que se pueda rotar a veces. Mi viejo y yo jamás cogimos a desgano, cual matrimonio de casados. A lo sumo, si no tenemos ganas, hacemos actividades "normales padre-hijo", pero no tendríamos jamás sexo por costumbre o rutina. Cuando me quiere penetrar, sé que lo desea tanto, que casi que dilato solo xD.

Feminización, abuso y dinámica de la pareja: otro tema recurrente en los dúos padre-hijo. La respuesta es, como casi siempre, depende. Ni a mi viejo ni a mí nos gusta "feminizar", es decir, la lencería femenina (ni la masculina, ya que estamos, nos gusta la desnudez absoluta), tratarnos de "puta" o en femenino, etc. Desde luego, cada padre con su hijo es un mundo, eso puede gustar, y si es consensuado, adelante. No tiene por qué ser así siempre, y que tu viejo te coja no tiene nada que ver con ser masculino o femenino. Tampoco, como en muchos relatos que pululan por la web, tenés, como hijo pasivo, que ser "el ama de casa esclava". Salvo, por supuesto, que te guste ese papel y vaya con tu viejo, pero eso es una posibilidad, no una obligación. Yo visito a mi viejo dos veces por semana, en las que me quedo en su casa, y contribuyo a sus tareas domésticas de manera normal, asumiendo que es su casa y que hay cosas que le gusta encargarse él. Puedo lavar los platos o cocinar, como puede hacerlo él, como los dos o ninguno. A mí me gusta lavar los platos, y por eso él más bien cocina, pero eso, nuevamente, no tiene que ver conque luego de la cena me coja hasta lo más profundo.

¿Amor, exclusividad, sexo casual, una sola vez? Gran tema. Hay padres e hijos que se aman y viven como un matrimonio. Otros disfrutan un buen rato juntos, cogiendo como también podrían jugar a la play, ir al cine o salir a correr al parque. Hay padres e hijos que probaron, no les gustó estar con otro hombre o bien no les gustó estar entre sí porque no hubo química, y cada cual por su lado. Hay padres e hijos que solo están entre sí, otros con más gente. Mi viejo y yo somos del segundo tipo, más bien. Cogemos porque nos encanta y es una muy buena forma de expresar un amor que nos tenemos, fuerte, pero no enceguecedor. Si lo visito dos veces por semana y hacemos escapadas en fines de semana es porque cogemos tan bien que es una pena no aprovecharlo, pero no porque lo ame como pareja (si no, viviría con él, asumo). Somos "familia con derechos", una combinación potente pero que no cierra las puertas. Él a veces está con mujeres, que tienen especificidades que yo obviamente no tengo, y yo a veces estoy con otros chicos. Mi viejo y yo somos mejores amigos y cogemos bárbaro, pero eso no nos cierra la posibilidad de enamorarnos de otras personas, y hasta de dejar de hacerlo si se da el caso. Nuevamente contra los relatos que hay en Internet, coger con tu viejo no equivale a solo hacerlo con él, ni a dejar que te cojan todos sus amigos. Mi viejo tiene un solo amigo gay, que no sabe nada de lo nuestro, y con quien nadie tiene interés sexual.

¿Cómo no delatarse? Este más bien es un miedo de los padres. Se puede tener una relación filial gay y pasar desapercibido, incluso en las cosas más evidentes. Nadie ve mal que un padre y un hijo acampen o se vayan de viaje algunos días al año. La carpa, claramente, deberá estar alejada de otras carpas, y si se para en hotel, se pedirán camas separadas, se cogerá y dormirá en una sola, y se desacomodarán las sábanas de la otra para que nadie sospeche. Es relativamente fácil masturbarse en un auto, si se para a la vera de un camino y se presta atención a quién viene. Quedarse una noche en casa de tu viejo es fácil, hasta se puede decir que uno está ahí, y jamás nadie sospechará. Si estás en una relación sentimental seria, se puede convivir, y cuando la tía indiscreta pregunte porque el muchacho grande no se muda solo, se aducen los clásicos problemas económicos, la dificultad de conseguir vivienda, etc. Ir a un hotel alojamiento puede ser complicado porque pueden pedir documentos; pero es posible hacerlo también si no disponés de lugar. En verdad, la gente está tan poco preparada para el incesto gay, que incluso yo he visto padres con hijos en situaciones complicadas en la vía pública, y nadie se mosqueó. Complicadas como el padre apoyándole la mano en el culo al hijo, abrazos más largos o íntimos que lo habitual, incluso frases verbales cuasi explícitas. La persecución es más interna que externa, y con esto no quiero decir que esté aceptado socialmente, sino que en verdad, nadie presta atención; no entra en sus cabezas, no lo ven.

Seguiría, pero justamente mi padre está entrando en la casa, viene de trabajar. Asumo que veremos tele, cenaremos, nos bañaremos, y tras calentarnos con algún buen video porno, iremos a la cama y cogeremos como posesos. En honor de este post, hoy el culo lo pongo yo, y vaya si con ganas.

Hasta la próxima.